La casa de mamá
olía a pan casero, a café con leche, a sabrosas comidas tradicionales, a
chucrut, a pepinos en conserva y mil olores más que al
recordarlos nos llenan el alma de ternura y el corazón de nostalgia y añoranza.
Porque unidos a ellos está la imagen de mamá cocinando, lavando la ropa,
cociendo, tejiendo, bordando, enseñándonos a escribir, compartiendo un secreto,
ayudándonos a crecer... y está también la imagen de papá, tan serio y tan
formal, pero en el fondo tan bueno y tan dulce, trabajando el campo, arando,
sembrando, tejiendo sueños para el futuro de sus hijos... y los interminables
atardeceres de invierno, en los días de lluvia, sentados alrededor de la mesa
comiendo Kreppel, haciendo la tarea escolar, esperando que el
tiempo pase y poder volar y poder crecer y poder ser grandes como mamá o papá.
Evocar la casa de
mamá es recordar nuestra casa de la niñez, su enorme corredor donde jugábamos
durante las siestas de verano, el patio inmenso, donde conquistamos los
primeros sueños y concretamos nuestras primeras aventuras imitando los ídolos
infantiles... y también es recordar la angustia del momento que dijimos adiós
para marchamos y hacer nuestra vida, las lágrimas de mamá y el abrazo fuerte
muy fuerte y silencioso de papá al despedimos y desearnos la mejor suerte del
mundo... y el inesperado regreso a la casa cuando hubo que decirle adiós para
siempre a nuestros queridos padres.
La casa de mamá en
la colonia está poblada de recuerdos, llena de afectos inolvidables; pero está
vacía, porque ya no están mamá ni papá ni nuestros hermanos. Está dolorosamente
vacía.
No hay comentarios:
Publicar un comentario